Dice Tiburcio que va dando pequeños pasos de anciano, que son grandes zancadas para su humanidad. En el pequeño corral -no patio- que tiene se ha tirado a la piscina del cultivo. Está plantando mascarillas por fases y surcos, que se regarán con precios justos para conseguir una sociedad más sostenible y tirillas en las orejas.

Porque tirones de orejas no faltarán, señala, que seguirán creciendo porque es de las pocas cosas que aumenta de tamaño con los años. Es un PIB singular que no conoce ni de recesos ni bancos centrales europeos. Las mascarillas las tiene de dos tipos, pues ha conseguido una “si-miente” que es verdad en su esencia mayorista, aunque lo suyo será una distribución minoritaria.

 

A la espera queda de una llamada para hablar del invento en las televisiones nacionales. Las dos variedades se ubicarán de la siguiente manera y modo: las de tipo A entre alcachofas, las de estilo B entre matas de tomate y alubia verde. Que lo verde tiene su toque lorquiano y lo quiere con ansia viva. El riego será autónomo y automático, con Wiffi estercolado en caldero de zinc. Lleva preparando la jugada desde el arranque del confite, porque tiempo para pensar y pesar ha tenido más que de sobra. Y ahora, añade, es tiempo certero de aprovechar las mondas no lirondas de una realidad que quisiera fuera de fantasía.

A ello se ha puesto con denuedo, sustituyendo el clarete tradicional por un simón más acorde a la partitura presente, sentado en su silla de roca. Vamos, es de paja, con asiento de enea. Porque lo suyo es asentir y padecer para abarcar nuevas alegrías. Ver crecer frutos es señal de un tiempo bueno, apuntala desde su verbo castellano y rural. Por lo demás, dice que se denota asintomático, que la pandemia es otra muesca más en los riñones, de las que te pegan un calcón que te pone medio pie en la sepultura. Demasiado bien, se reza intrínseco y manteniendo las distancias consigo mismo.

Es lo peor que te puede rozar la piel, dice pensando en su alto gutural. Bueno, murmura… y avanza otra mañana más entre azadas y zancadillas de tercera edad. Y el queso aparece otra vez en raspillas, junto a una latilla de mejillones, untando salsa con su pan de riche. Porque el lechuguino prefiere dejarlo para otro día, cuando reinen fabiolas de salud y acordes armónicos que dejen otras notas. Mientras tanto, se marca un «cronopio» que dibuja fuera del margen, con permiso de Cortázar. Sea.